Vimos en el capítulo anterior que el número de parados disminuye, pero el número total de parados aumenta. Es una paradoja, y un autoengaño. Algunos dirigentes son capaces de jugar al solitario y hacerse trampas; pero confían en que esta mala pesadilla tenga un punto final, el mismo que cuenta el siguiente romance:
La sátira.
ROMANCE DEL EMPLEO PERDIDO
De esto hace ya muchos años, // en cierto lugar del reino
surgió una extraña dolencia // salida de los avernos,
que se cobraba las vidas // de miles de lugareños,
de los ancianos y niños, // de los mozos altaneros,
de ricos hombres maduros // y de los pobres labriegos;
a ningún tipo de gente // le concedía sosiego.
Nadie sabía su sino. // El panorama era negro.
Era una peste maldita // que se cebaba en el pueblo,
no encontrándose medidas // que le aliviaran el duelo:
sólo sufrimiento y muerte // de tantos, que no hay acuerdo.
La buena gente exigió // a su autoridad remedios:
que acabaran con la peste // y les trajeran consuelo
ante tamaña desgracia // de ver tantos hombres muertos
y a muchos de los vivientes // que en cama estaban enfermos.
Los médicos no podían; // no quedaban enfermeros;
Medicinas no tenían… // ¡No podían socorrerlos!
Ante aquella situación, // el Alcalde y su Concejo
enviaron al mismísimo // Presidente del Gobierno
una petición de ayudas, // poniéndose en este extremo:
o llegan urgentemente // o se llena el cementerio.
Solícito el Presidente, // con el Rey habló directo,
contándole los sucesos // del frente recién abierto
que ocasionaba las muertes // de ciudadanos dilectos,
las oscuras perspectivas // y su porvenir tan feo.
El Rey mandó al Presidente // que le diera informes ciertos,
que le ofreciera al alcalde // enviar algún refuerzo
por si era necesario // y precisaran tenerlo.
El Alcalde al Presidente, // por medio de un mensajero,
le dijo que de tres mil // sólo quedaban seiscientos,
y si horrible era el presente // vendrían peores tiempos.
Mientras los jefes hablaban, // las palabras no son hechos,
la peste se engrandecía // y el dolor iba en aumento.
Los mensajes eran muchos, // todos igualmente huecos:
palabras y más palabras, // ningún alivio concreto.
Nadie sabía qué hacer…// ¡Se daban palos de ciego!
El baile empieza otra vez //de las zozobras repuestos:
el Presidente al Alcalde // pregunta con porte serio
Que cuántos hombres le quedan, // cuántos hay sobreviviendo…
Pero esta vez no hay respuesta // y se queda descompuesto,
pensando qué ha de contar // al Rey que rige su reino.
Recuperando las formas // y un porte muy circunspecto,
a su superior le llama // y le dice muy correcto:
¡Su Majestad, Majestad! // ¡Oiga la voz de su siervo
que le dice y comunica // que ha de sentirse contento:
“LA PESTE HA SIDO VENCIDA;
NO HEMOS TENIDO MÁS MUERTOS!
De esto hace ya muchos años, // en cierto lugar del reino
surgió una extraña dolencia // salida de los avernos,
que se cobraba las vidas // de miles de lugareños,
de los ancianos y niños, // de los mozos altaneros,
de ricos hombres maduros // y de los pobres labriegos;
a ningún tipo de gente // le concedía sosiego.
Nadie sabía su sino. // El panorama era negro.
Era una peste maldita // que se cebaba en el pueblo,
no encontrándose medidas // que le aliviaran el duelo:
sólo sufrimiento y muerte // de tantos, que no hay acuerdo.
La buena gente exigió // a su autoridad remedios:
que acabaran con la peste // y les trajeran consuelo
ante tamaña desgracia // de ver tantos hombres muertos
y a muchos de los vivientes // que en cama estaban enfermos.
Los médicos no podían; // no quedaban enfermeros;
Medicinas no tenían… // ¡No podían socorrerlos!
Ante aquella situación, // el Alcalde y su Concejo
enviaron al mismísimo // Presidente del Gobierno
una petición de ayudas, // poniéndose en este extremo:
o llegan urgentemente // o se llena el cementerio.
Solícito el Presidente, // con el Rey habló directo,
contándole los sucesos // del frente recién abierto
que ocasionaba las muertes // de ciudadanos dilectos,
las oscuras perspectivas // y su porvenir tan feo.
El Rey mandó al Presidente // que le diera informes ciertos,
que le ofreciera al alcalde // enviar algún refuerzo
por si era necesario // y precisaran tenerlo.
El Alcalde al Presidente, // por medio de un mensajero,
le dijo que de tres mil // sólo quedaban seiscientos,
y si horrible era el presente // vendrían peores tiempos.
Mientras los jefes hablaban, // las palabras no son hechos,
la peste se engrandecía // y el dolor iba en aumento.
Los mensajes eran muchos, // todos igualmente huecos:
palabras y más palabras, // ningún alivio concreto.
Nadie sabía qué hacer…// ¡Se daban palos de ciego!
El baile empieza otra vez //de las zozobras repuestos:
el Presidente al Alcalde // pregunta con porte serio
Que cuántos hombres le quedan, // cuántos hay sobreviviendo…
Pero esta vez no hay respuesta // y se queda descompuesto,
pensando qué ha de contar // al Rey que rige su reino.
Recuperando las formas // y un porte muy circunspecto,
a su superior le llama // y le dice muy correcto:
¡Su Majestad, Majestad! // ¡Oiga la voz de su siervo
que le dice y comunica // que ha de sentirse contento:
“LA PESTE HA SIDO VENCIDA;
NO HEMOS TENIDO MÁS MUERTOS!
A esta misma conclusión // han llegado los cerebros,
los que cobran por pensar // y dirigentes electos.
El paro es la enfermedad // y en ella estamos inmersos:
cada día hay más parados // y quedan menos obreros.
De cuatro millones pasan // dice el último recuento.
Los que tienen hoy trabajo // andan todos muy inquietos
pensando que han de apuntarse // de uno a otro momento,
visitando la oficina // del INEM que hay al efecto.
El paro es la enfermedad // y en ella estamos inmersos:
cada día hay más parados // y quedan menos obreros.
De cuatro millones pasan // dice el último recuento.
Los que tienen hoy trabajo // andan todos muy inquietos
pensando que han de apuntarse // de uno a otro momento,
visitando la oficina // del INEM que hay al efecto.
Los jerarcas de la cosa, // los que “curro” prometieron,
aparentan optimismo // aunque sufran en silencio,
cuando ven que cada mes // el número va en descenso
de los que engrosan la lista, // aunque el total gane peso.
Dos años más como éste, // piensan para sus adentros
los ilustres gobernantes // nombrados por Zapatero
para salir de la crisis, // y no habrá parados nuevos,
fichados estarán todos // los que hayan perdido el puesto,
y cuantos más apuntados // aspirantes habrá menos:
"El paro será vencido // por nuestro Ilustre Gobierno,
Y la promesa cumplida // de lograr el pleno empleo,
Que el trabajo no es de nadie, // ¡Su propietario es el viento!"
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¿Y qué sabe Zapatero del desempleo? Todos podemos aprender a distinguir...aunque sea en dos tardes.