El senador salió de marcha nocturna...

“Un senador socialista y su hijo fueron detenidos en Madrid tras un altercado en una “sauna” (club de alterne) y una escena de violencia verbal y física en una comisaría de policía”.

Dos  anécdotas para recordar y meditar:

Primera: en los burdeles se igualan los visitadores…y  se  desnudan… los deseos.

En 1802, el hijo del rey  Carlos IV, el futuro Fernando VII  se casó con su prima hermana María Antonia. Él tenía 17 años  y ningún conocimiento del sexo contrario; ella,  unos meses menos  y algunos conocimientos más que él, aunque solo fuera en teoría…

 

La joven esposa se percató la misma noche de bodas de que el hombre que tenía por marido además de feo era inoperante en la cama. Se pasó casi un año sin que se consumara el matrimonio. La madre de la princesa  llegó a escribir: “Mi hija es muy desgraciada: tiene un marido feo, tonto y mentiroso que ni siquiera es hombre físicamente”. Los rumores de esta extraña situación corrieron por palacio y el rey Carlos IV decidió dar unas lecciones e instruir a su hijo en las artes amatorias. El resultado de las enseñanzas fue el previsto en esos casos con la participación de la pareja, aunque hay quien asegura que fue debido a una confesión mutua sobre el odio que ambos profesaban a Godoy lo que despertó la libido dormida y curó una impotencia pasajera de Fernando. Los que creen en el éxito de las enseñanzas del rey lo achacan a que la reina tuvo catorce hijos (sólo siete llegaron a la edad adulta) y diez abortos. Los mal pensados dudan de que la numerosa prole  tuviera el mismo progenitor.

Arriba, Retrato de Fernando VII. Francisco de Goya. Museo Municipal de Bellas Artes, Santander, (España)

Lo cierto es que Fernando aprendió a usar con desmesura  aquello que tenía y de lo que parece ser estaba sobradamente dotado. Hasta María Antonia se llegó a quejar a su madre, diciéndole “que no podía quitárselo de encima”, calificándole de “auténtico fauno y macho cabrío”. Sin llegar a ser madre ni reina, María Antonia  murió en 1806…

La fogosidad amatoria de Fernando, una vez despertada, no decayó nunca más. Volvió a casarse (siempre con primas y sobrinas) por segunda, por tercera y hasta por cuarta vez, consiguiendo  descendencia con la última. Para apagar sus ardores de guerrero sexual visitaba, en correrías nocturnas y  acompañado por el duque de Alagón (“Paquito de Córdoba”) y otros amigos, los tugurios madrileños de entonces que hoy serían los vulgares burdeles, clubs de alterne, casas de  lenocinio, lupanares, saunas de masaje...

Fernando VII se encaprichó de una hermosa andaluza, conocida como “Pepa la Malagueña”, a la que visitaba con tanta frecuencia  en su casa de citas, y que llegó a ser por todos conocido. Los enemigos del rey, que también los tenía, se propusieron terminar con su vida en tan impropio lugar real, aprovechando la desprotección que habría mientras el rey se solazaba. Para ello pusieron en marcha la conocida “conspiración del triángulo”, que fracasó y acabó con la muerte de algunos de los promotores.

La historia nos sigue demostrando que las enseñanzas de los padres suelen ser muy eficaces, y que las vistas a los burdeles pueden acabar con la vida,  la reputación (¡con perdón!)  de insisgnes figuras y con la carrera política de algunos de sus desprevenidos, desinhibidos  y locuaces visitantes.

…………………..

Segunda:cuando los padres son los acompañantes…todo queda en casa.

Nos ha recordado  Juan Manuel de Prada  en su columna de ABC (18-07-2011), bajo el título “De lumis con su hijo” un episodio sorprendente de la vida de Jorge Luis Borges, del que  transcribo literalmente una parte:

“Se cuenta que Jorge Guillermo Borges, el padre del gran escritor argentino, preocupado de que su hijo, que a la sazón contaba diecinueve años, no se hubiese aún estrenado en las lides eróticas, lo llevó a un burdel de Ginebra, donde lo encomendó a una puta de confianza para que lo desvirgara. Una vez a solas con su iniciadora, el joven Borges descubrió que aquella mujer se había acostado antes con su padre; y el horror del descubrimiento lo dejó traumatizado para siempre. A partir de entonces, Borges tuvo el sexo por algo asqueroso y degradante: en su literatura lo excluyó —nos cuenta su amigo Bioy Casares— por considerarlo un recurso «fácil, socorrido y un poco necio»; y en su vida lo rehuyó con «violento rechazo», lo que dificultaría extraordinariamente sus relaciones con las mujeres.

Me he acordado del episodio borgiano mientras leía las andanzas de ese senador canario, Casimiro Curbelo (¡qué deliciosos apuntes carpetovetónicos le hubiese inspirado a Cela ese nombre!), que tras una reyerta de lupanar se enzarzó a mojicones e improperios con los maderos. El atestado policial registra escabrosidades y chocarrerías dignas de un capítulo del Buscón; y sólo ha faltado que, en medio de la rebatiña, el bueno de Curbelo se hubiese puesto a insultar en silbo gomero…”

Por hoy nada más. En el próximo capítulo veremos los hechos que la prensa ha contado y comentado. Cada cual sacarrá sus opiniones.