La Iglesia Católica conmemora en Jueves Santo la institución de la Eucaristía. También celebra el día del Amor Fraterno, de la Caridad, y en los oficios religiosos se entonará el “Mandatum Novum” (“Un mandamiento nuevo os doy, que os améis…”).
La caridad es una virtud teologal por la que se ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo por amor de Dios. Su reflejo práctico es la ONG “CÁRITAS”, fundada en Alemania hace unos 150 años como “Asociación caritativa para la Alemania católica” ("Charitasverband…), y hoy establecida en todo el mundo.
Cáritas lucha contra la pobreza y la discriminación, ayudando a las personas sin preguntar por su religión o nacionalidad. Sólo ve en el solicitante a una persona necesitada. Cáritas se mantiene de donaciones y de la labor prestada por sus voluntarios. Su fin es ayudar al “próximo” sin ningún afán de lucro.
El nuevo Papa Francisco nos ha manifestado su ilusión de servicio concreto: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!” Su deseo ya ha suscitado una polémica sutil que terminará en confrontación ideológica. Desde la izquierda han surgido aceradas críticas. Se trata de crear controversia entre caridad, justicia y revolución social.
Difícil tarea tienen los sacerdotes en la transmisión comprensible y sugerente del contenido cristiano a una asamblea plural de espíritus comprensivos y críticos, a veces desconocida. Por eso me llamó la atención, lo hace con frecuencia, el comentario que hizo el párroco de una céntrica iglesia arandina sobre la riqueza y la pobreza. Así lo recuerdo:
“En cierto colegio se ejecutó la siguiente experiencia sobre el desigual reparto de alimentos en el mundo. Una sala grande se dividió en tantos espacios como Continentes, y a cada uno se le endosó la cantidad de comida correspondiente: mucho en Europa y poquito en África, abundante en América del Norte y escaso en la del Sur, Asia y sus necesidades…Se repartió a los alumnos sin más criterio que la suerte, como la de los mortales al nacer en un lugar o en otro. Y empezó la fiesta. Mientras unos se saciaban, otros esperaban sus raciones. Pasaba el tiempo y viendo que el asunto no mejoraba, los que no tenían nada que llevarse a la boca exigían sus derechos y pedían su comida. El responsable de la experiencia explicó que eso era todo, y así debían asumirlo: unos, mucho, y otros, nada. Comenzaron las quejas sobre la injusticia cometida con la abundancia de unos y la escasez de los otros. Pocos de los que tenían suficiente intentaron compartir; la mayoría ni se dio cuenta del problema, pues no lo consideraban suyo, ¿o Sí? Y la petición de justicia y un buen reparto continuó, pero no hubo nada que hacer. La comparación con la vida era demasiado real. “¿Qué méritos tenéis vosotros para haber nacido en Europa y disfrutar de todo? ¿Sois mejores que los africanos? les preguntó el responsable.” Seguro que la lección de aquel día permanecerá siempre.
El Papa Francisco quiere una Iglesia pobre para los pobres, y éstos y otros que no lo son tanto, reclaman una justicia que cada cual ve de forma diferente: dar a todos por igual, a cada uno según su mérito, trabajo y esfuerzo, a cada persona según sus necesidades…Pero, ¿Con cuál de estas teorías se podrá luchar efectivamente contra la pobreza que coexiste con la riqueza? Sin acudir a la fracasada lucha de clases, alguien pedirá que la Iglesia venda todas sus propiedades y lo reparta entre los pobres. Si con ello se asegurara la desaparición de la miseria y el hambre, podría intentarse. Pero ¿No se hará alguno más rico sin salir de pobre los pobres? Y ese hipotético reparto, ¿No será considerada por la izquierda la caridad contraria a la revolución? El propietario de una importante marca comercial textil donó no hace mucho 20 millones de euros a Cáritas, y le criticaron por hacer beneficencia y no subir más los sueldos a los trabajadores. ¿Hubiera sido mejor donarlo a los sindicatos de clase?
Haga lo que haga la Iglesia, donar sus bienes o prestar servicios en hospitales, leproserías, asilos, colegios o dispensarios de Cáritas, será mal visto por los anticatólicos que conciben su revolución como la única solución a la pobreza, y consideran la caridad como un parche que dificulta sus aspiraciones. ¿No han tenido suficiente con sus experimentos en la extinta URSS y en Corea del Norte, por citar sólo dos ejemplos?
¿Es acaso malo que unos hagan caridad, ayuden a su prójimo en sus necesidades más urgentes, mientras los cambios estructurales quedan en manos de los partidarios del libre comercio o del comercio planificado o de aquellos otros que persigan el bienestar de las personas? Parece como si no les importara el sufrimiento de los necesitados a quienes critican las acciones caritativas de otros, mientras ellos luchan por la imposición de sus ideas.
Personalmente me fío más de quien ayuda a los necesitados con lo poco o mucho que puede, que de aquellos otros que predican su justicia y su revolución social para los desconocidos sin mitigar la penuria de los más cercanos. Y creo, además, que la caridad no es incompatible con la justicia social. Podemos practicarla siempre y hoy, especialmente, en Jueves Santo.