En el capítulo anterior “¿Se habría callado hoy Unamuno frente a la corrupción cuando no lo hizo ayer ante Milán Astray?” traté de entroncar la actitud que el rector salmantino tuvo frente al fundador de la Legión Española y de Radio Nacional de España, así como su compromiso personal de no callar ante unos hechos que él consideraba indignos y nuestro silencio resignado de hoy frente a la corrupción manifiesta, lo que significa “aquiescencia” con ella y comprensión con sus hacedores y beneficiarios. ¡Incluso los apoyamos con el voto!
(Derecha, imagen del artículo de J. M. Pemán, publicado por ABC el día 26-11-1964, página 3, y que se encuentra en su Hemeroteca)
Sin embargo, mi objetivo se alteró al introducir un avispado lector dudas importantes sobre la veracidad del relato de Hugh Thomas. De acuerdo con mi comentario expuesto en la entrada anterior intenté recuperar el artículo “La verdad de aquel día”, publicado en ABC el 12 de octubre de 1964 (cita de Hugh Thomas). El reto no era difícil en un principio: sacarlo de la hemeroteca digital de ABC. Pero algo extraño pasaba: ni en el día señalado ni en los anteriores o posteriores aparecía la publicación deseada. Tras algún tiempo de búsqueda infructuosa, pude dar con él en otra fecha muy distinta, el 26 de noviembre de 1964. A continuación podremos leer el texto del artículo de Don José María Pemán y compararlo con el pasaje de Hugh Thomas:
La verdad de aquel día
He recibido por correo un recorte de un periódico titulado «Prensa libre», que se publica, por lo visto, en América, donde se contiene un artículo con el título «Un episodio de la España franquista en Salamanca». Se refiere a un episodio ocurrido en la celebración del Día de la Hispanidad en la Universidad salmantina el 12 de octubre de 1936, y cuyo protagonista fue don Miguel de Unamuno. El relato no contiene casi una línea que se ajuste a la verdad histórica. Yo me apresuro a suponer que no se trate de mentiras urdidas de intento, sino de errores debidos a la deficiente información, al tiempo transcurrido y a la pasión. Y hasta esto último lo disculpo. En todo diálogo de español exiliado y español en España la obligación de serenidad y ecuanimidad hasta la inocencia está de parte del que escribe desde España. Yo no sé si llegaría a la mentira, pero sí llegaría a la hipérbole y a la trampa si, estando fuera, con ello creyera que podía aligerar el recobro de ese supremo privilegio que es vivir en su Patria.Ni me predispone a la pasión polémica la estampilla que trae el recorte y que indica que lo remite no sé qué entidad «antifascista». Yo tampoco soy fascista, ni lo era José Antonio Primo de Rivera, que se negó a ir al Congreso fascista de Montreux.Ya ve el periodista de «Prensa libre» que hablo desapasionadamente. Le hablo hasta con la emoción que me produce todo compatriota que permanece en tozuda lejanía. Pero me parece que, como evidentemente, el articulista querrá elaborar su apostolado sobre certezas y no sobre mentiras, puedo ayudarle con la rectificación total del fantástico relato que hace de la sesión salmantina. Puedo hacerlo, bajo mi honor y mi palabra, con la autoridad de quien estaba bien cerca del jolgorio, pues el profesor Maldonado y yo acabábamos de pronunciar los discursos de la sesión; por cierto personalmente invitado, por mi parte, en telegrama que desde Salamanca me envió a Cádiz don Miguel de Unamuno.La versión fantástica empieza por suponer que Millán Astray pronunciara un discurso en ese acto «después de las formalidades iniciales». Supongo que esas formalidades iniciales se refieren a los discursos de Maldonado y yo que eran todo el programa del acto. El que lea el artículo se creerá que se trataba de una conferencia de Millán a la que Unamuno replicó con gallardía. No hay tal cosa. Nosotros, Maldonado y yo, hicimos dos oraciones puramente universitarias de Hispanidad. Al acabar nosotros, sin que Millán, que estaba en el estrado como público, hubiera dicho ni pío, se levantó don Miguel: cosa que a nadie extrañó, pues presidía y bien podía cerrar el acto.No recuerdo exactamente lo que dijo en los pocos minutos que habló: aunque desde luego no creo que dijo una palabra de lo que pone el artículo; por la sencilla razón de que esa referencia toda viene a ser como una respuesta a Millán Astray, cosa imposible puesto que éste no había hablado. Desde luego sí recuerdo que el discurso fue objetante para varias cosas de las que andaban en curso en aquellos días exaltados. Recuerdo que combatió el excesivo consumo de la palabra «Anti-España»; que dijo que no valía sólo «vencer», sino que había que «convencer». La frase sobre el catalán y el vasco que dice la referencia sí creo es cierta, pero de ningún modo como una réplica a nadie, y menos a Millán que no había hablado.Cuando terminó y se sentó, se levantó, como movido por un resorte, el general Millán Astray, inesperada y para mí innecesariamente. Su pasión era justificable en la atmósfera bélica que nos rodeaba; y no había que exigir al general que se comportase en aquel instante como un pulcro universitario.No fue discurso. Fueron unos gritos arrebatados de contradicción a Unamuno. No hubo ese «muera la inteligencia» que luego se ha dicho y que denuncia claramente su posterior elaboración culta. El general mutilado, mal podía darle a su «muera» el sentido cultural y técnico de increpar la «Inteligentzia» como posición y grupo; de dar el «muera» se hubiera referido a la inteligencia como facultad personal, cosa de la que no venía al caso abominar y que estoy seguro que él mismo creía poseer. Lo que dijo fue «mueran los intelectuales»... Hizo una pausa. Y como vio que varios profesores hacían gestos de protesta, añadió con un ademán tranquilizador: «los falsos intelectuales traidores, señores».Terminó los gritos, que no llegaron a un minuto, diciéndole imperativamente a don Miguel: «Y ahora dé el brazo a la señora del Jefe del Estado». Don Miguel se levantó y le dio el brazo a doña Carmen Polo que presidía, y con ella salió del salón.Por cierto -y ello demuestra que el ambiente no era tan arrebatado como pinta el artículo- que yo, que tenía prisa porque regresaba a Andalucía, me adelanté a despedirme de Unamuno cuando éste venía aún por el estrado; y él me dio la mano desprendiéndola un instante de la señora de Franco, a la que en seguida volvió a dar el brazo.No creo que sea cierto que estuvo arrestado en casa, ni siquiera que no saliera de ella. Yo, como he dicho, me fui de Salamanca; pero tengo entendido que don Miguel fue luego aún alguna tarde al casino.Eso es todo. Supongo que le interesará la verdad al articulista, pues no puedo creer que sólo en el engaño cifre sus esperanzas. En otro lugar del periódico se lee un «viva la República». Nada tengo que objetar si esa es la idea de sus redactores, pero no creo que deseen que viva del cuento. En realidad, quizá el profesor Maldonado y yo tuvimos un poco la culpa de todo. Nuestros dicursos, sin política, de pura Hispanidad, en aquellos días calientes, levantaron tempestades de aplausos. Ni Unamuno ni Millán Astray eran hombres a los que les gustara pasar inadvertidos en una sesión en la que hubo, con tanta abundancia, ovaciones y entusiasmos. Los dos estaban acostumbrados a exponer el pecho a cuerpo limpio, el uno a las ideas contrarias y el otro a las balas enemigas... Eran dos españoles. Dios los tenga en su gloria, en el lugar que reserva a los santos y mártires de la vehemencia española. JOSÉ MARÍA PEMÁN
Como puede comprobarse, poca semejanza guardan los dos relatos. ¿Cuál de ellos tiene razón y se ajusta más a la verdad de lo sucedido?
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NOTA: Aún nos quedaría por analizar la narración de Emilio Salcedo en “La vida de don Miguel”, citado también por Hugh Thomas. Será importante reunir los cuatro relatos relatos, incluido el de Gabriel Jackson, aportado por "Al sur de Castilla", por rigor intelectual y por la averiguación de la verdad histórica. ¡Quizás nunca la lleguemos a saber y el tiempo lo borre de nuestras memorias, pero lo que hoy escribamos otros podrán leer !
He leído con atención las distintas versiones que en este blog se han traído sobre el "enfrentamiento" entre Miguel de Unamuno y el General Millán Astray y no coinciden en absoluto por lo que me temo muy mucho que alguien miente u oculta la verdad. Esperaba esta publicación de José Mª Pemán por haber leído antes lo que escribió H.Thomas ya que nuestro literato fue testigo e incluso actor en el mencionado acto del Día de la Raza de 1936, pero grande ha sido mi decepción al ver semejante divergencia. ¿No habrá quien nos cuente la verdad de verdad de lo ocurrido? De momento,no me inclino por la opinión de ninguno.
ResponderEliminarNo sé si estos temas son adecuados al blog, pero diré que personalmente me resultan muy interesantes.
Estimados amigos de Diálogos del Duero, he encontrado una referencia al episodio de marras, Teniente General Araujo-Salgado, "Mis conversaciones privadas con Franco", Planeta, pp. 430-431.
ResponderEliminar"Después comentamos un artículo de Pemán publicado en el Abc de hoy y titulado "La verdad de aquel día". Se relata el episodio ocurrido en la celebración del día de la Hispanidad, 12 de octubre de 1936, en la Universidad de Salamanca y cuyo protagonista fue don Miguel de Unamuno. Pemán contesta a un periódico americano, Prensa libre, que da una versión distinta a la realidad, asegurando que el glorioso general Millán Astray dio mueras a la inteligencia. Pemán asegura que el muer fue a los intelectuales, y luego añadió con ademán tranquilo: "Los falsos intelectuales, tradiores, señores...". A Franco le ha agradado el artículo de Pemán y ha dicho:
"Se ajusta a la realidad de los hechos. Todo fue una réplica del general a la actitud bastante molesta del señor Unamuno, que no se justificaba en un acto patriótico, en un día tan señalado y en la España nacionalista que luchaba en el campo de batalla con un feroz enemigo y con grandes dificultades para vencerlo. Millán se creyó obligado a reaccionar en la forma que lo hizo a lo que consideró una provocación del ilustre catedrático".
Ahí queda eso, saludos.
El farodevigo.es se hace eco de una conferencia pronunciada por Togores:
ResponderEliminarRelató también el enfrentamiento entre Miguel de Unamuno y Millán Astray en Salamanca. Según Togores, el fundador de la Legión, excombatiente de Filipinas, ya había tenido un encontronazo con el escritor bilbaíno y se indignó a raíz de una reflexión del intelectual sobre la sublevación tagala. Millán Astray no exclamó "¡muera la intelectualidad!", sino "¡muera la intelectualidad traidora!", de acuerdo con el testimonio del político monárquico Eugenio Vegas Latapie, que se encontraba a escasos metros de Millán Astray en el paraninfo salmantino y que era enemigo acérrimo del general.
También se refirió a la famosa frase de Unamuno, "venceréis, pero no convenceréis". Togores dijo que Unamuno expresó su tristeza al saber que algunas mujeres estaban participando en asesinatos en la zona republicana, y que en la zona nacional otras mujeres estaban viendo asesinatos, tras lo cual dijo: "Así se puede vencer y no convencer".
Gracias, Anónimo por las dos aportaciones anteriores sobre el suceso-incidente de Salamanca. Seguro que no serán las últimas y al final contaremos, de forma no buscada, una buena base de datos sobre el tema que estamos tratando. Aunque los años han pasado, el interés por nuestra historia, la HISTORIA de todos los españoles, no ha desaparecido a Dios gracias, ni debemos consentirlo porque nos gusta y queremos saber lo que pasó, en ése y en otros temas pretéritos, recientes y actuales.
ResponderEliminarSaludos a todos los lectores, y gracias de nuevo por las colaboraciones.
Más bonita y más teatrera la versión de Hugh Thomas que la de José María Pemán, y las dos son tan diferentes que una de ellas no puede ser verdad ¿CUAL?
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