En la Roma Imperial, el general victorioso (triumphator) hacía el recorrido del desfile conmemorativo de sus conquistas en una cuadriga. Un esclavo le mantenía la corona de laurel de la gloria mientras le recordaba constantemente,“Respice post te! Hominem te esse memento! (“¡Mira tras de ti! ¡Recuerda que eres un hombre! -y no un dios-).
El mensaje invitaba a pensar en la naturaleza humana para evitar caer en la soberbia de representar lo que no se era, y procurar tratar a los demás con respeto, ya que cualquier día las tornas podrían cambiar. Julio César celebró cuatro triunfos oyendo aquel “acuérdate de que no eres dios”.Sus victorias y su conducta impidieron ni la traición ni su asesinato por los suyos. ¡Julio César era sencillamente un hombre, como los demás!
En el capítulo 2 del Evangelio de Mateo leemos que unos Magos de Oriente, tras el encuentro con Herodes, llegaron a Belén para adorar al recién nacido Rey de los judíos. “Y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.”
Sin embargo, la tradición habla de Tres Reyes Magos de Oriente, quizá porque tres eran los obsequios, con una indiscutible carga simbólica: oro como rey, incienso como Dios y mirra como hombre.
Derecha, Mosaico de San Apolinar Nuovo (Rávena, Italia).
Sus nombres tal como hoy los conocemos, aparecen por vez primera en la iglesia de San Apolinar Nuovo de Rávena (Italia). Son tres personajes vestidos al modo persa que ofrecen dones al Niño, con los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar sobre sus cabezas. ¿Sería aventurado deducir que fue Baltasar quien ofreció la mirra que recuerda la condición humana? El Hijo de Dios también era hombre y viviría como hombre entre los hombres, gozando y sufriendo como ellos.
Esta noche de los Reyes Magos, hablar el Rey Baltasar evoca a la mayoría de los españoles las cabalgatas y los regalos, y a muy pocos “la mirra y la humanidad”. Pero será aún una minoría más reducida la que se acuerde del otro Rey Baltasar en su festín de prepotencia, lujo, deshonra y premoniciones.
(Izda. El festín de Baltasar, de Rembrandt (1635).
El capítulo 5 del Libro de Daniel narra con detalle el banquete de Baltasar. Mientras los invitados se divertían y bebían en los vasos sagrados sacados del templo de Jerusalén por su padre, el rey Nabucodonosor, una extraña mano escribió en la pared un mensaje que nadie supo descifrar. Se acordaron de Daniel, el judío deportado por Nabucodonosor, y le llevaron al salón de la misteriosa mano. Daniel rehusó recibir las prebendas prometidas, pero no a recordar hechos pasados e intrerpretar el enigmático mensaje.
“Daniel tomó la palabra y dijo en presencia del rey: "Puedes guardar para ti tus dones y dar a otros tus regalos; de todas maneras, yo leeré al rey la inscripción y le haré conocer su interpretación. Escucha, rey: El Dios Altísimo dio a tu padre Nabucodonosor la realeza, y también magnificencia, gloria y majestad. Y a causa de la magnificencia que le concedió, todos los pueblos, naciones y lenguas temblaban de temor delante de él: él mataba y hacía vivir a quien quería, exaltaba y humillaba a quien quería. Pero cuando se ensoberbeció su corazón y su espíritu se obstinó hasta la arrogancia, fue depuesto de su trono real y le fue retirada la gloria. Él fue expulsado de entre los hombres y adquirió instintos de bestia; convivió con los asnos salvajes, se alimentó de hierba como los bueyes y su cuerpo fue empapado por el rocío, hasta que supo que el Dios Altísimo domina sobre la realeza de los hombres y entroniza a quien él quiere. Pero tú, su hijo Baltasar, no has querido humillarte, aunque sabías todo esto. Te has exaltado contra el Señor del cielo: han traído a tu presencia los vasos de su Casa, y han bebido vino en ellos, tú y tus dignatarios, tus mujeres y tus concubinas; has glorificado a los dioses de plata y oro, de bronce, hierro, madera y piedra, que no ven, ni oyen, ni entienden, pero no has celebrado al Dios que tiene en su mano tu aliento y a quien pertenecen todos tus caminos. Por eso ha sido enviada esta mano de parte de él, y ha sido trazada esta inscripción. Esta es la inscripción que ha sido trazada: Mené, Tequel, Parsín. Y esta es la interpretación de las palabras: Mené: Dios ha contado los días de tu reinado y les ha puesto fin; Tequel: tú has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso; Parsín: tu reino ha sido dividido y entregado a los medos y a los persas".Entonces Baltasar mandó revestir de púrpura a Daniel e hizo poner en su cuello el collar de oro y proclamar que ocuparía el tercer puesto en el reino. Esa misma noche, mataron a Baltasar, rey de los caldeos”.
Esa vieja recomendación ha cobrado total validez en nuestros días. Los políticos profesionales, pertenecientes unos a la casta por sus proivilegios y otros a la caspa por sus ideologías trasnochadas, no deben olvidar que el “Mené, Tequel, Parsín” se cumplirá con ellos las próximas elecciones, si antes no ponen remedio. A unos los eligieron los votos y a otros los dedos, pero todos son hombres, aunque algunos de ellos, corruptos, pretendieron vivir con el poder y la gloria de los dioses mitológicos, olvidándose de que sólo eran hombres.
Al Dios que se hizo hombre le recordó su humanidad la mirra del Rey Mago Baltasar y murió en la cruz. A César, deidad imperial romana, un esclavo le recordó repetidas veces que no era dios, y murió apuñalado. Al Rey Baltasar de Babilonia, una mano le escribió una misteriosa premonición. ¡Esa misma noche fue asesinado!
(En el cuadro La mano escribe en la pared (1803), James Gillray caricaturizó a Napoleón a la manera de Baltasar. ¿Será también la premonición para algún político actual?)
A los políticos nefastos, que no todos lo son, ya les está llegando la onda: “Mené: Los votantes han contado el tiempo de vuestro mandato y le han puesto fin; Tequel: se han valorado vuestros hechos y promesas y faltan méritos objetivos; Parsín: vuestros partidos y vuestros dominios han sido divididos y entregados a otros con menos lastre y más esperanza, de momento”.
A los que aún se resisten a aceptar este mensaje, pensando que ellos no son los destinatarios, es preciso que recuerden el final de Julio César, contado por Plutarco. Narra el historiador griego que un vidente le advirtió del peligro que corría en los Idus de marzo, y ese mismo día, de camino al Senado, Julio César se encontró con el adivino y le dijo que "Los idus de marzo ya habían llegado"; la contestación fue escueta: «Sí, pero aún no han acabado».
Las próximas elecciones no serán seguramente el final de una era, pero sí su comienzo.
¿Habrá algún Baltasar de Babilonia en nuestros días? ¿Y otro Mapoleó como el del cuadro?
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