Hasta la implantación de la LOGSE no se solía discutir sobre el qué enseñar, ya que era algo reglado por los planes de estudio; el debate se centraba en la didáctica de los contenidos del modelo educativo establecido. Actualmente, el foco se fija más en el modelo que en el método.
Dice el profesor José Antonio Marina en su artículo "¿Hay una conjura capitalista para someter la escuela a la economía?" que:
“En España, a lo largo de decenios, se han ido configurando dos modelos educativos que se han caricaturizado mutuamente, porque así resultaba más fácil criticar al contrario. Los llamaré modelo neoliberal y modelo progresista, a sabiendas de que son denominaciones inexactas. Los progresistas acusan a los neoliberales de querer introducir en la escuela los mecanismos del mercado y convertir la educación en una mercancía.Los neoliberales acusan a los progresistas de despreciar la excelencia y de apelar a la equidad reclamando una igualdad en los resultados, cuando solo se puede garantizar una igualdad en las oportunidades. Mientras que los neoliberales exigen que los alumnos se esfuercen, los progresistas piensan que esto es una excusa para no reconocer la decisiva influencia que las circunstancias socioeconómicas tienen en el desempeño escolar. Calidad, evaluación y esfuerzo son valores de la derecha. Equidad, atención a la diversidad, discriminación positiva, son de izquierda. Este reparto de valores es un disparate. Necesitamos desmontar los posicionamientos ideológicos si queremos alcanzar un pacto educativo fundado en la razón crítica, en las evidencias, en la claridad de los fines, y no en desfiguraciones sectarias”.
Benévola se muestra la clasificación anterior si la comparamos con otra que denomina a unos profesores “antipedagógicos” y a otros “pedagogos”. A los primeros les asigna conceptos de capital humano como esfuerzo, trabajo, resultado, mérito, disciplina, respeto a la autoridad docente, uso memorístico y abuso de evaluación para medir lo aprendido. Incluso les coloca la etiqueta de ser los “defensores acérrimos de la transmisión de conocimientos a los alumnos”. Cree, en cambio, que la misión principal de los “pedagogos” consiste en dotar a los estudiantes de habilidades para “aprender a aprender”, lo que les sitúa en una oposición beligerante contra las clases magistrales con toma de apuntes y los considera promotores de las cualidades innatas del alumno: creatividad y expresión de la personalidad individual. Esta corriente educativa sostiene que si los alumnos son debidamente motivados e integrados socialmente en equidad, el desarrollo de sus capacidades está garantizado.
Enseñar o aprender. Ésa es la cuestión y ése el dilema que se plantea. ¿Pero qué se debe o no se debe enseñar o aprender? Los “pedagogos” suelen emplear un ejemplo gráfico, pero simplista: mejor que aprender de memoria la lista de los reyes godos es enseñar a buscarla. Los “anti” dicen que sólo aquellos que adquieren una base cultural sólida son capaces de distinguir entre lo importante y lo accesorio. Está bien saber buscar siempre que sepan por qué y para qué. Saber utilizar una calculadora es una habilidad que ayuda a resolver un problema de Matemáticas o de Física a quien tiene conocimientos de la materia, pero no a quien carece de ellos, y esos sólo se consiguen con estudio y esfuerzo.
Dicen los “pedagogos” que los “anti” defienden el viejo método de “la letra con sangre entra”, pero éstos les reprochan ser “vendedores de humo, de continente sin contenido y de formas sin fondo”. El uso de lenguaje hueco introducido por algunos desertores de la tiza y hábiles ocupantes de despachos ha hecho que se tome en clave de humor el esperpento de la “logomaquia empleada”.
El artículo que Gabriel Sanz publicó en El Mundo bajo el título “Guerra en la escuela: autoridad y conocimientos frente a creatividad y habilidades” no deja a nadie indiferente. En él aparecen los argumentos esgrimidos por cada sector enfrentado. Aunque en principio parecen responder a cánones de derecha e izquierda, no es un producto de ideologías políticas contrarias, sino la constatación de experiencias personales de unos y la exposición de los deseos de renovación de otros.
Queda por resolver si dos modelos educativos opuestos con dos metodologías diversas pueden obtener igualmente buenos resultados en una evaluación objetiva y externa. Fácil será comprobarlo mediante el empleo de las mismas pruebas, y máxime cuando ambos están convencidos de sus bondades. No hay engaño posible: “Por sus frutos los conoceréis”.
El Informe PISA clasifica el rendimiento de alumnos de distintos países y, en el fondo, sistemas educativos. El grupo de los “pedagogos” no confía demasiado en esa prueba alegando que evalúa por igual los conocimientos y muestra sólo interés por los resultados, sin tener en cuenta las desigualdades socio-económicas de los progenitores. Ven en PISA una creación del modelo económico que trata de formar mano de obra eficiente desde la escuela para sus necesidades en vez de formar ciudadanos que convivan en una sociedad igualitaria y justa, dispuestos no sólo para trabajar sino para vivir.
En muchos aspectos de la vida, lo que no se mide no existe. Si no se pueden medir los resultados de un proyecto y, en caso de ser medidos son comparativamente peores que otros, por buenas que sean las intenciones, el modelo no es fiable. No gusta PISA, y sin embargo sus detractores no han puesto sobre la mesa otro medio de evaluación fiable, objetivo y externo, que mida los logros del modelo que patrocinan.
Sería interesante intentar compatibilizar aspectos comunes sobre educación, y permitir que ambos modelos e incluso otros más se desarrollen mientras cumplan con los objetivos legales, y sean los padres quienes elijan, entre la distinta oferta, el centro que mejor se adapte a sus necesidades sin que nadie les imponga lo que no quieren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios con lenguaje inapropiado serán borrados