Cuenta Hugh Thomas en “La guerra civil española. 1936-1939” (Vol.2), Colección Dimensiones Hispánicas, Ediciones Grijalbo S.A., páginas 546-549, que
“El filósofo vasco Miguel de Unamuno, sumo sacerdote de la generación 98, siguió un camino diferente. Como rector de la universidad de Salamanca, al empezar la guerra civil se había encontrado en territorio nacionalista. La República le había desilusionado, había admirado a algunos de los jóvenes falangistas, y dio dinero para el alzamiento. Todavía el 15 de septiembre apoyaba al movimiento nacionalista. Pero el 12 de octubre había cambiado de opinión. Estaba, como dijo más tarde, «aterrado por el cariz que estaba tomando aquella guerra civil, realmente horrible, debida a una enfermedad mental colectiva, a una epidemia de locura, con un sustrato patológico».
Hubo un tiempo en el que se ocultaron, e incluso se tergiversaron, los distintos comportamientos que los intelectuales españoles, monárquicos o republicanos, liberales o conservadores, socialistas o comunistas, tuvieron desde la llegada de la II República hasta los años de la Guerra Civil y posteriores.
El primero en manifestar públicamente su desengaño con la
II República fue
Ortega y Gasset con el artículo
“Un aldabonazo”. Sólo habían pasado cinco meses, tiempo suficiente para comprobar que el resultado de su colaboración activa no era el deseado y afirmar aquel
“¡No es esto, no es esto!”
De Unamuno, concretamente, sabemos que optó por el “bando nacional”, es decir, el franquista, pero de su figura han pretendido apropiarse ideologías contrarias, y fue convertido en el Mito de los “intelectuales” frente a los “militares” (Millán Astray) por el incidente del Paraninfo. Unamuno se situó abiertamente con los rebeldes en contra del Frente Popular, y suyas son estas palabras: “hay que salvar la civilización, occidental la civilización cristiana: esta lucha no es una lucha contra una república liberal, es una lucha por la civilización”.
Ricardo García Cárcel repasa en
“El pesimismo de la inteligencia” con perfección y equilibrio lo sucedido antes y después del enfrentamiento del
Paraninfo, así como la personalidad histórica de
Unamuno y sus actitudes, el ambiente que le rodeaba, y sus relaciones con otros intelectuales de su época.
Los dos párrafos siguientes nos acercan a aquellos años críticos:
“El 14 de abril de 1931 estaba Unamuno en el balcón del Ayuntamiento de Salamanca proclamando la República. El 1 de mayo desfilaba, celebrando ese día, del brazo de Largo Caballero. Será nombrado Ciudadano de Honor de la República y presidente del Consejo de Instrucción Pública y elegido diputado de las Cortes Constituyentes. Estaba en la cúspide del prestigio político y cultural, pero su inconformismo era manifiesto. Cuando se elaboraba la Constitución de 1931 se quejaba de que la República se había equivocado «en hacer a un tiempo una revolución y una Constitución que la encauce, en haber querido hacer una revolución constitucional o una constitución revolucionaria». En octubre de 1931 se niega a votar el Estatuto catalán. En noviembre de 1932 en el ciclo de conferencias del Ateneo de Madrid se posiciona abiertamente contra Azaña, al que tildó de «faraón de El Pardo». En octubre de 1934 denunciará «las salvajadas revolucionarias de Asturias» así como la «insondable mentecatez de quienes quieren monopolizar la decencia y el patriotismo».
(Drcha: Unamuno hacía su tertulia diaria en la terraza del Café Novelty, en la Plaza Mayor de Salamanca, junto al ayuntamiento.)
Cesado como rector vitalicio. Tras el 18 de julio de 1936 se adhirió a la causa del levantamiento militar. Se le atribuyó, incluso, que había donado 5.000 pesetas para el Alzamiento. El 19 de julio se sentaba ostentosamente en la terraza de la cafetería Novelty de la Plaza Mayor. En agosto era cesado de su condición de rector vitalicio por la República. Los intelectuales republicanos lo repudiaron. Luis Araquistain dijo de él que era un «histrión calculador disfrazado de austero puritano». José Bergamín, en el mitin de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, llegó a decir de él que «tenían que haberle fusilado». Ehremburg dijo que «habiendo querido ser Don Quijote no es ni siquiera Sancho Panza». Los franquistas lo repusieron como rector vitalicio de la Universidad.”
Pedro Fernández Barbadillo, en su reportaje
“Las últimas palabras de Unamuno” efectúa un recorrido por los últimos cinco años de la vida del Rector a través de unas citas entresacadas de
“La Vida de don Miguel” de Emilio Salcedo, haciendo especial hincapié
en la unidad de España, en su
lucha contra nacionalismos y separatismos, y en la enseñanza del castellano desde las
Cortes Constituyentes. Este será uno de los puntos comunes con
José Antonio Primo de Rivera, como pudimos ver en el
diálogo habido durante su encuentro previo al mitin de Salamanca.
Al acto del Paraninfo no se le dio ninguna importancia hasta finales de los años 60. Se trató de una campaña política contra la dictadura usando para ello el enfrentamiento de Unamuno con Millán Astray con un discurso reconstruido.
Anteriormente a la asistencia al mitin sabemos por Emilio Salcedo (“La vida de don Miguel”, páginas 389-391) que “Unamuno, disconforme, profeta agorero de una etapa de calamidades, era todo un objetivo político. Así lo entendió el periodista Francisco Bravo, redactor jefe de «La Gaceta Regional» y fundador de la Falange en Salamanca…Bravo aseguró que don Miguel les recibiría y que el 29 de octubre de 1933 había escuchado en el Casino, por radio, el mitin fundacional y que, cuando alguien bromeó con el nombre de «el chico del dictador», no ocultó su desagrado por la manía española de prejuzgar las conductas”.
Sabemos también que dos años después se conocieron personalmente: “Perseguido por la Dictadura, no tendrá reparos en asistir, el 10 de febrero de 1935, a un mitin falangista y luego comer con los organizadores y entrevistarse en su propia casa con el hijo del Dictador, José Antonio Primo de Rivera, mostrando su simpatía por el joven y recién nacido fascismo español, lo que, según algunos, le costó el premio Nobel de literatura, que quedó desierto en 1936”. (Luis E. Togores, Millán Astray, Legionario. página 196)
Las relaciones de
Unamuno con los falangistas se volvieron a poner de manifiesto con motivo de la salida del
Paraninfo tras el enfrentamiento con
Millán Astray,
y los días de su muerte y entierro.
Después de analizar el incidente con
Millán Astray,
dice de la salida del acto que “La rápida actuación por parte de Millán Astray le salvó de una posible agresión del público. Salió dando la mano a la señora de Franco. […] Más tarde le defendieron los jóvenes falangistas porque sabían de la apreciación de José Antonio Primo de Rivera. […] Unas semanas después moría solo y olvidado: llevaron su féretro miembros del falange fascistas aunque el rector nunca fue falangista ni siquiera verdaderamente simpatizante del fascismo español”.
(Ricardo García Cárcel. El pesimismo de la inteligencia)
Jon Juaristi en el artículo
“FALANGISMOS”. exculpa a los jóvenes falangistas de agredir a
Unamuno en aquel momento del
Paraninfo, acusados de ello por otros autores:
“TRAS la famosa bronca con Millán Astray en la Universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936, Unamuno fue rápidamente evacuado hacia su domicilio por la señora de Franco, que, en teoría, lo habría librado así de ser linchado por los enfurecidos falangistas que asistieron al acto académico de exaltación de la Hispanidad. Siempre desconfié de esta leyenda. Desde esa fecha hasta su muerte, mes y medio después, y a despecho de la vigilancia policial que los militares le habían impuesto, el escritor vasco no dejó de ser acompañado y protegido por admiradores falangistas. Su entierro, el día de año nuevo de 1937, se convirtió en un homenaje de Falange a su memoria. Porque Falange Española adoptó amorosamente a Unamuno. En mi biografía de don Miguel (Taurus/Fundación Juan March, 2012), aduje que, en la fotografía tomada a la salida del paraninfo, el anciano rector aparece rodeado de jóvenes falangistas que cantan o gritan consignas brazo en alto, pero no lo acosan ni intimidan. Más bien parecen darle escolta. ¿De quién o quiénes lo protegen? Obviamente, del general Millán Astray y de sus legionarios.”
En capítulos ya publicados hemos visto
que el día en el que murió Unamuno estaba acompañado por el joven profesor falangista,
Bartolomé Aragón, y que el día de su entierro su féretro fue llevado a hombros por falangistas.
“A las cuatro y media de la tarde del 31 de diciembre, mientras el viento frío sacude las maderas de las casas, el profesor Bartolomé Aragón, falangista, visita a Unamuno en su casa. Éste lo primero que hace es agradecerle que no vaya vestido con camisa azul y luego pronuncia un monólogo trabado de recuerdos y de opiniones sobre lo español y los españoles. Hablan un poco más. Aragón dice: "La verdad es que a veces pienso si no habrá vuelto Dios la espalda a España disponiendo de sus mejores hijos."
En las próximas entradas analizaremos en profundidad las distintas versiones de muchos autores del conocido enfrentamiento que Unamuno mantuvo con Millán Astray, lo que hubo de verdad y lo que interesadamente se ha contado.