En los últimos tres meses se han celebrado elecciones generales en tres países de la unión europea para conformar sus respectivos gobiernos, pero no en los tres se ha cumplido el objetivo.
Los socialistas ganaron las elecciones celebradas el 5 de junio en Dinamarca, y de las que salió un Parlamento muy fraccionado. La socialdemócrata Mette Frederiksen logró en solo tres semanas una coalición de centroizquierda, sustentada en un programa aceptado y compartido, con cuatro de los diez partidos con representación. A pesar de que la “inmigración” era un elemento disgregador entre ellos, no fue finalmente un obstáculo, ya que la negociación rebajó aristas y prevalecieron los necesarios puntos de encuentro.
Un mes después, el 7 de julio, los griegos acudieron a las urnas. El partido de derechas, Nueva Democracia, liderado por Kiriakos Mitsotakis ganó las elecciones por mayoría absoluta.
No es este el momento de comprobar las ventajas o inconvenientes del sistema electoral griego, proporcional con cociente Hare, con distritos para uno o varios candidatos y reforzado con una prima de 50 diputados para las lista ganadora. Lo relevante es que al día siguiente y en menos de veinticuatro horas, Mitsotakis juró su cargo como primer ministro. Pasadas unas pocas más, lo hicieron sus ministros.
Los españoles habíamos votado dos meses antes, el 28 de abril. Esa convocatoria la ganó el PSOE con 123 escaños, algo más de la tercera parte de representes del Congreso de los Diputados y lejos de la mayoría absoluta.
En el caso de España y a diferencia de Dinamarca y Grecia, han pasado los meses y aún no ha sido elegido el Presidente de Gobierno. Pedro Sánchez sigue en funciones, sus ministros también, y las Cortes carecen de actividad. A partir del día 23 de julio, tres meses después de celebradas las elecciones, veremos si el candidato es elegido esos días o lo será en septiembre o tendremos nuevas elecciones hacia el 10 de noviembre.
La situación española actual es realmente preocupante. El partido ganador, PSOE, no goza de mayoría absoluta, por lo que necesita imperiosamente los votos de otros partidos de izquierdas, además de nacionalistas y separatistas, los mismos que le apoyaron en su moción de censura contra Rajoy. Pero hasta la fecha no ha negociado con ninguno de ellos o eso es lo que dice. Sin negociación no hay compromiso, sin compromiso no hay pacto y sin pacto no hay votos. Apoyar a cambio de nada no parece factible. Es muy probable que la derecha (las tres derechas, según Sánchez) no apoye positivamente su investidura, y en caso de que se abstuvieran, ¿De qué serviría? ¿Qué tipo de legislatura podría esperarse y qué leyes podrían aprobarse con una exigua minoría?
Los dirigentes políticos no suelen distinguirse ni por su memoria de hechos pasados ni por su capacidad de análisis para ponerse de acuerdo en un programa o proyecto común, a no ser que se trate de un aumento de sueldos, que eso sí saben resolverlo en poco tiempo. Si hubieran echado la mirada atrás sólo cuatro años, habrían visto que la situación puede repetirse. El proceso de investidura tras las elecciones de 2015 fue muy parecido al que pudiera presentarse hoy día. Entonces se fue a nuevas elecciones en dos meses, ya entrado 2016, y ahora podríamos tenerlas en noviembre. ¿Habrá alguien que pueda asegurarnos que su resultado solucionaría la gobernabilidad de España y dará estabilidad política durante los próximos cuatro años sin necesidad de repeticiones?
No se necesita ser un experto analista para deducir que el sistema electoral español no funciona con el multipartidismo reinante. Lo hizo, y no siempre bien, con el bipartidismo, aunque ello supusiera engordar nacionalismos sin valorar el coste separatista. ¿Están dispuestos los ciudadanos españoles a volver a las andadas con dos partidos dominantes con árbitros que reniegan de ser españoles y del que terminaron hartos? ¿Preferirían, quizás, una reforma a fondo o la adopción de otro modelo que conjugue gobernabilidad y estabilidad con representatividad? Si se quiere saber lo que los españoles piensan, ¿por qué no preguntar?
Debieran adelantarse los líderes políticos con propuestas asumibles por los ciudadanos para cambiar lo que no funciona. Si realmente consideraran un problema la tardanza en investir a un presidente y la inoperancia de unas Cortes bloqueadas con el gasto que conlleva en sueldos de unos diputados que cobran por no hacer nada pondrían enmienda. Pero parecen más preocupados por la defensa de sus intereses particulares y partidistas que por los generales de todos. El tiempo lo dirá… y puede ser tarde.
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