(Viene del capítulo anterior)
La autoridad recurría a la idea del “interés general, el interés por la comunidad” recuperando un lenguaje belicista que enardeciera el ánimo de “la gente” en tiempos de zozobra: sufrimiento, esfuerzo, victoria sobre el virus enemigo, unidad… Y muchos temerosos ciudadanos entonaban cánticos colectivos de resistencia, asumiendo la situación y aun sabiendo que esas palabras sonaban oportunistas en boca de políticos con escasa credibilidad.
La autoridad recurría a la idea del “interés general, el interés por la comunidad” recuperando un lenguaje belicista que enardeciera el ánimo de “la gente” en tiempos de zozobra: sufrimiento, esfuerzo, victoria sobre el virus enemigo, unidad… Y muchos temerosos ciudadanos entonaban cánticos colectivos de resistencia, asumiendo la situación y aun sabiendo que esas palabras sonaban oportunistas en boca de políticos con escasa credibilidad.
La
misma sociedad civil que reconocía con sus aplausos la profesionalidad
de los sanitarios salvando vidas, aparecía indiferente con los sucesivos
fracasos en la adquisición del material sanitario esperando que el buen
proceder de las autoridades competentes resolviera el entuerto. Y los
atónitos ciudadanos perdonaban los posibles errores debido a tan
especiales circunstancias y al problema general que afectaba a todas las
naciones, porque así se lo decían las autoridades y los medios
de comunicación repetían…
Incluso
las contradicciones habidas durante el tiempo de crisis parecían
acciones exitosas porque así lo razonaban los responsables políticos en
sus infinitas comparecencias y los medios adictos respaldaban:
- Las autoridades despreciaron en un principio la idea del cierre de
fronteras para evitar la expansión de la pandemia e incluso desde los
aledaños del poder la tildaron de xenófoba y racista. Pero cuando otros
países lo hicieron, la táctica cambió y el gobierno tomó el control de
puertos y aeropuertos diciendo que era ma mejor medida de protección de los ciudadanos.
- Desde las distintas cadenas televisivas se presionaba a los
confinados ciudadanos haciéndoles creer que unas "manifas" entrañaban
riesgos de contagio y otras no, dependiendo de quienes fueran sus
"organizadores u organizadoras" y de los objetivos perseguidos. Por
supuesto que las del 8-M o las del “Black lives matter” no
conllevaban los mismos problemas que otras realizadas desde el interior
de unos vehículos propios que además añadían contaminación a la
atmósfera, según confirmaban comentaristas y tertulianos distinguidos.
- Los discursos y razonamientos sobre el uso de las mascarillas
sufrieron una profunda transformación. Si en un principio fueron
considerados objetos inservibles e incluso nocivos para la salud, con
el tiempo pasaron a ser obligatorios en ciertas situaciones y
aconsejables en otras. La sociedad consideró beneficioso y necesario
este cambio, sin embargo las autoridades no explicaban por qué no se
tomó antes esa medida. Quienes se burlaron en un principio de sus
usuarios terminaron por aplaudir su imposición, sin referirse jamás a su
carencia y a la dificultad de suministrarlas.Y todo ello para terminar siendo obligatorias en todo lugar tiempo y circunstancia.
- Se cambiaron repetidamente los métodos de contar el número de los fallecidos y afectados por el Covid-19 apareciendo un sorprendente reduccionismo que una masa de pacientes ciudadanos no entendía y las autoridades no esclarecían. España
se deslizó del infierno a la gloria estadística en poco tiempo. De una
situación del “no pasa nada y estamos preparados para cualquier
emergencia” se llegó a otra de “histeria colectiva de peligro total”
terminando en un “estado de relajación anímica” en el que el factor
sanitario se solapó por el de la recuperación económica con base en el
turismo y la hostelería. Si bien es cierto que se ha aconsejado no bajar
la guardia por el virus acechante, la sociedad de confiados ciudadanos
está percibiendo que lo peor ya ha pasado y el disfrute de la “nueva
normalidad” está cercano y hay que vivirla con intensidad y optimismo.
Todo lo anterior parece dar por bueno el experimento de Solomon Asch:
la presión de la autoridad y del grupo imponen sus criterios y conforman
la conducta de los ciudadanos. Sólo nos resta identificar a los “participantes, cómplices y sujeto activo del experimento” con los protagonistas de nuestra reciente y real historia de la pandemia y su “desescalada”. Pero eso ya lo habrá averiguado el avezado lector…
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