A continuación se expone el discurso que José Sánchez Guerra pronunicó el 27 de febrero de 1930 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. En la entrada anterior (I de II) se trató la personalidad del políticó y de su carrera pública. El capítulo de hoy se centra en su famoso discurso, con un final con especial dedicatoria:
Discurso sobre el derecho de España a ser una República.
José Sánchez Guerra : «... Yo lo he sido en España todo; por haberlo sido
todo, estoy aquí y estuve en otras partes. Porque decir lo de que he sido en
España todo y añadir de pronto: Está bien, pues ahora no me importa nada de lo
que en España pase y busco mi comodidad y mi tranquilidad, ¡ah, eso, no! Eso, a
mi juicio, hubiese sido una vileza, y por eso estoy aquí, y por eso estuve en
Valencia, y por eso estuve en París (1). Pero yo tengo una gran fuerza, una
fuerza muy grande, y es que yo no aspiro a nada. Aspiro a lo que diré dentro de
un momento, pero aspiro para mi país, para España. No hay cosa, para un hombre
acostumbrado como yo a la lucha parlamentaria, tan agradable, tan eficaz, tan
alentadora, como la interrupción, y una que acabo de oír me lleva a recogerla,
contestando al par, aunque dudo si será digna de tal honor, cierta hoja verde
que ha circulado por ahí. Yo lo he sido todo y lo he debido todo, aparte de
Dios, a la libertad, al Parlamento, a la Prensa, a eso, y luego, cuando lo he
sido todo, todo, merced a eso, luego he creído equivocadamente sin duda, pero
he creído, y alguna vez se me ha dicho con cierta autoridad, que he prestado
algunos servicios, cumpliendo mi deber de lealtad a la Monarquía. Recojo la
indicación de la hoja verde y afirmo esto, y lo que aquí está dicho, mantenido
está por mí. (Risas)
Por eso mi situación es ahora de mucha dificultad. Yo he sido siempre,
siempre, y lo he sido como lo soy todo, dando la cara eficazmente, hombre
monárquico, constitucional y parlamentario, y dije en dos ocasiones muy solemnes
que si me pusieran en el trance de optar entre los apellidos y el nombre, yo,
que sé que lo que califica y define a una persona son los apellidos, no
vacilaría en quedarme sin el nombre: me quedaría con el apellido, y lo dije al
marchar a París, y está en mi nota, y, oídlo bien los que antes aplaudíais: Yo
no soy republicano, pero reconozco el derecho que España tiene de serlo, si
quiere. (Muy bien. Aplausos.) No lo reconozco ahora, no: esa es la ventaja de
quien procede claramente siempre, como yo. Es que siendo la vez primera
Ministro de la Gobernación, de Fomento, presidente del Congreso y presidente
del Consejo entonces, muchas veces he tenido ocasión de decir en sitios y ante
personas en que es difícil decirlo, esto que voy ahora a repetir en público,
cuando he oído, sobre todo a algunos de esos aduladores inconscientes que
suelen frecuentar los palacios (porque las Monarquías no han caído nunca por
los ataques de sus enemigos: han caído muchas veces por sus culpas y por las
exageraciones, por las adulaciones y las equivocaciones nefastas de los
cortesanos), cuando he oído decir muchas veces: En España no puede haber nunca
República, siempre el Ministro, el presidente, ha protestado y ha dicho: ¿Por
qué? No digan ustedes eso, que es una insensatez y un agravio al pueblo
español. ¿Por qué? Lo he dicho con más autoridad y brío en época reciente,
después de la guerra, cuando muchos que se enteraron de ella, como pasa aquí
con la Dictadura y con sus andanzas, repetían esto viendo la República en China,
la República en Rusia, en Alemania y Austria. ¿Por qué cito a Rusia y a China?
Porque allí estaban en las manos de un solo hombre las tres grandes fuerzas que
han dirigido siempre la Humanidad: estaban en una misma mano el poder
religioso, el poder civil y el poder militar. Y ¿cómo he de dudar yo que el día
que España quisiera habría República en España? Y probablemente, si la
experiencia sirve de algo, la habría proclamando una cosa esencial e
indubitable: la soberanía de la nación y manteniendo el orden. Porque no hay
duda en ello: las naciones que no están metalizadas o deshonradas por el
egoísmo necesitan, como primera condición, libertad; aquello que llamó Thiers
las libertades necesarias; pero necesita, sobre todo, poder desenvolverse en su
trabajo, poder vivir. Para eso es indispensable el orden, la tranquilidad, la
seguridad personal, y quien habla -hasta ahora no se me ha dicho- que alguien
le diga que cuando ha gobernado no ha cuidado de afirmar la dignidad del Poder
público, la autoridad y todas esas cosas que son necesarias al desenvolvimiento
y la dignidad de una nación.
Yo no soy republicano, pero yo digo que hay una cosa difícil, muy difícil
y muy peligrosa en el régimen monárquico y constitucional, y es tomar el papel
de jefe de un Gobierno. El que acepta la jefatura de un Gobierno compromete
ante el Trono al jurar -yo doy gran importancia al juramento-, compromete su
lealtad, su probidad, su honor; pero, en un pacto tácito que allí se establece,
recibe en cambio, la seguridad de la lealtad de quien recibe también el
juramento, y resulta allí comprometida la probidad y el honor, y es ello un
intercambio de confianzas, y yo os digo, os digo que he perdido la confianza en
la confianza. (Muy bien, muy bien. Grandes aplausos.)
Yo quiero aclara y fijar de un modo definitivo, definitivo, mi postura
personal. (Murmullos.) Quiero seguir guardando todos los respetos que toman su
origen en mi propio respeto. Y refugiándome, como antes, en la literatura,
afición mía incurable, voy a expresarla, primero, trayendo a vuestra memoria el
cuadro famoso de Moreno Carbonero «La conversión del duque de Gandía» y la
postura del protagonista, y luego, expresando en ese mismo trance, con palabras
de mi paisano el duque de Rivas, en uno de sus hermosísimos romances, las que
él pone en los labios del duque, al contemplar el cadáver de Doña Isabel:
No más abrazar el alma
en sol que apagarse puede;
no más servir a señores
que en gusanos se convierten.»
(Ovación delirante, que se prolonga durante varios minutos.) (Texto taquigráfico
del discurso pronunciado el 27 de febrero de 1930 en el teatro de la Zarzuela
de Madrid)
(1) Se refiere al abortado movimiento subversivo de 1926 y a su destierro
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El texto se encuentra en "Discurso sobre el derecho de España a ser una República" al que se puede acceder mediante el seguiente enlace:
http://www.segundarepublica.com/index.php?opcion=7&id=49
José Sánchez Guerra : Al servicio de España : un manifiesto y un discurso, Madrid, Morata, 1930, p. 27 y ss.
José Sánchez Guerra - Al servicio de España. Un manifiesto y un discurso.
Madrid, 1930, págs. 85 y ss.