Como paso previo al análisis del artículo titulado “El error Berenguer” que José Ortega y Gasset publicó el 15 de noviembre de 1930 en el periódico “El Sol”, es preciso aproximarnos a ciertos acontecimientos que lo sitúen convenientemente en su contexto histórico y nos ayuden a comprender mejor su contenido.
En el diario vespertino “La Nación” de Madrid del 31 de diciembre de 1929 apareció una “nota oficiosa” que llevaba el inconfundible sello de Miguel Primo de Rivera. En ella manifestaba la frustración ocasionada por su profunda soledad al constatar que tenía en contra de su persona y obra a todos los estamentos del Estado:
“Las clases aristocráticas, porque entienden algo mermados en los propósitos de la Dictadura los privilegios que les otorgan determinados puestos en el Senado, se resisten a aceptarlos y se distancian de la Dictadura y de su futuro programa. Y los conservadores, olvidando o desconociendo que como partido político murieron y que como clase social están en la Unión Patriótica, se niegan a sumarse a la Dictadura y a sus planes, porque se han aferrado al artilugio de la Constitución del 76. Y los que más afinidades mantienen con la Iglesia, porque a pesar de las palabras y de los hechos constantes de la Dictadura en relación y acatamiento a ella, no llega tal vez al punto máximo que incluyen en sus idearios, tampoco asisten a la Dictadura ni aplauden sus propósitos. Y la Banca y las industrias, que han doblado sus caudales, porque pagan, no más, pero sí más estrictamente, los tributos que les corresponden; y la clase patronal, porque la Dictadura se interesa para que al obrero no falten leyes de previsión ni de justicia social; y los funcionarios, porque aunque gran número han logrado mejor retribución y todos más prestigio y disminuciones de descuentos, pero se les exige más puntualidad y trabajo.
La Prensa, por causas que a todos bien alcanzan y otros sectores por razones deleznables como las apuntadas, no apoyan con calor a la Dictadura ni su evolución, y se suman inconscientemente a los que dicen que ya es vieja, cosa en la que no les faltaría razón si no comprometiesen su herencia, propugnando como solución al problema, volver al punto de origen como si siete años hubiesen podido bastar - se precisaría el transcurso de una generación, treinta o cuarenta años- para sanear la laguna y extirpar los anofeles” (Pág. 123 -124, “Así cayo Alfonso XIII: de una Dictadura a otra”, de Miguel Maura).
El primer día del nuevo año 1930, el Dictador presentó al Monarca un programa de transición hacia una salida constitucional y a sus Ministros un plan de emergencia de medio año para ver lo que “convenía al país”. Alfonso XIII pidió unos días para su estudio. Primo de Rivera recabó también el apoyo del Ejército para llevar a cabo sus planes, pero no lo recibió. En cambio, el grueso de las Fuerzas Armadas mostró su adhesión a la Corona.
El 29 de enero, Primo de Rivera presentó su dimisión al Rey y al día siguiente se despidió del país “por motivos de salud” con una nota oficial poniendo fin a la Dictadura inaugurada el 14 de septiembre de 1923. Marchó a París y allí falleció un mes y medio después, el 17 de marzo de 1930.
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