Hubo una reunión urgente, ese mismo día 30 de enero, en el Palacio de Liria el duque de Alba, Francisco Cambó, Gabriel Maura y el General Berenguer para salvar al régimen monárquico, y de ella salió el nuevo Gabinete con el militar como Presidente del Consejo.
Alfonso XIII, influido por Cambó, intentó una restauración constitucional e institucional, con origen en 1923 y olvido de la Dictadura, sin pensar que hasta los más activos renovadores monárquicos habían perdido la confianza en el sistema y que al estrenado Presidente le venía grande el cargo, como demostrarían posteriormente los hechos.
Berenguer quiso apuntalar el régimen monárquico mediante “el restablecimiento del orden jurídico” y la neutralización del Ejército con una política aperturista y blanda que favoreciera el espíritu restaurador del Rey. Para que la sociedad notara del cambio habido, se publicó el Real Decreto Ley de 5 de febrero de 1930 en el que figuraba una amplia amnistía a militares y profesores expedientados (Unamuno entre otros…). Incluso se legalizó la F.U.E. Y ese fue el comienzo de la “Dictablanda” como contraposición a la etapa anterior.
Los problemas no cedían a pesar de los decretos de buenistas intenciones. Mientras los republicanos se unían, los monárquicos desertaban. Las declaraciones de distinguidos personajes políticos influyeron en el incremento y extensión de la sensación de crisis social e insititucional. Si relevante fue el discurso de Azaña en el banquete de la Alianza Republicana, no lo fue menos la conferencia del opositor a Primo de Rivera, José Sánchez Guerra en el Teatro de la Zarzuela en la que culpó al Monarca por la Dictadura y reclamó unas Cortes Constituyentes.
El 20 de febrero, Miguel Maura abandonó la Monarquía y propuso la instauración de una República constitucional y pacífica. Si sonada fueesa deserción, aún lo fue más la de Niceto Alcalá Zamora, quien el 13 de abril de 1930, en el Teatro Apolo de Valencia “abogaba por una república bien centrada, donde pudieran servir “gentes que han estado y están mucho más a la derecha mía”, con un Senado y donde la Iglesia pudiese tener cabida. Su posición era clara: “Una república viable, gubernamental, conservadora, con el desplazamiento consiguiente hacia ella de las fuerzas gubernamentales de la mesocracia y la intelectualidad españolas, la sirvo, la gobierno, la propago y la defiendo. Una república convulsiva, epiléptica, llena de entusiasmo, de idealidad mas falta de razón, no asumo la responsabilidad de un Kerenski para implantarla en mi patria.” Por desgracia para don Niceto, fue esto último lo que sucedió.” (“UNA EXCELENTE BIOGRAFÍA DE NICETO ALCALÁ-ZAMORA Y TORRES., MONSIEUR DE VILLEFORT).
Como la tormenta política no amainaba, Alfonso XIII, aconsejado por Cambó se fue a París para ofrecer a Santiago Alba un nuevo planteamiento, aunque experimentado años antes: una especie de alternancia pactada entre Alba (liberales) y Cambó (conservadores) al estilo de Cánovas/Sagasta y Maura /Canalejas. Se reunieron el día 22 de junio en el parisino hotel Meunier, pero Alba no aceptó la invitación del Rey y le propuso, en cambio, que mantuviera a Berenguer y celebrara una consulta popular que revisase la Constitución y convirtiese la Monarquía en una institución democrática semejante a la inglesa.
La respuesta de Alba descolocó a Cambó, al Rey y a los monárquicos. Mientras los desairados se reponían de la negativa, la conspiración republicana llegó su punto álgido durante aquel verano con el Pacto de San Sebastián. El 18 de agosto se reunieron en el Círculo Republicano de la ciudad donostiarra representantes de todas las fuerzas antimonárquicas para configurar una República parlamentaria. Entre los asistentes figuraban nombres tan significativos como los de A. Lerroux, M. Domingo, A. de Albornoz, M. Azaña, Casares Quiroga, Carrasco Formiguera, M. Mallol, J. Ayguadó, Alcalá Zamora, M. Maura, I. Prieto, F. de los Ríos, E. Ortega y Gasset… Era, sin duda, una combinación del viejo y nuevo republicanismo. Dado que el pretendido Estatuto Catalán se presentaba como el problema más acuciante y embarazoso se decidió aparcarlo hasta que su futuro Gobierno lo solventase y así poder avanzar en otros objetivos.
No se trataba, en absoluto, de instaurar una República revolucionaria, maximalista y proletaria, sino burguesa, tranquila, pacífica, y constitucional que sin defraudar a las clases humildes atrajera a las medias. Se trataba de un nuevo régimen democrático traído por la burguesía dominante.
Con la llegada del otoño se incrementó la actividad republicana. El 28 de septiembre tuvo lugar un gran mitin con la participación de todo el Comité Republicano (Azaña, Domingo, Alcalá Zamora, Lerroux…) en la Plaza de Toros de Madrid. El Gobierno se puso nervioso y ordenó las detenciones de Ramón Franco, L. Companys y Pestaña entre otros.
La caída de la Bolsa de Nueva York de 1929 agrandó la crisis económica y social de España y tanto la UGT como la CNT redoblaron su actividad sindical con más y mayores huelgas y movilizaciones obreras.
El 12 de diciembre de 1930, los capitanes Fermín Galán y García Hernández, encarcelados en 1926 por Primo de Rivera y amnistiados por Berenguer, se sublevaron en Jaca. Quiso el Comité Revolucionario de Madrid que Galán retrasara tres días su rebelión para hacerlo a escala nacional y envió a dos emisarios para comunicárselo personalmente, pero sufrieron una avería mecánica en el coche que les llevaba y llegaron unas horas después de haberse realizado el levantamiento.
No cabe duda de que esos hechos incidieron en una incipiente transformación de la mentalidad ciudadana que percibió como posible un profundo cambio en el Estado español, pero esa rebelión tuvo su precio y su castigo. Un tribunal militar los condeno a muerte el día 14 y pocas horas después fueron fusilados, a pesar de que Ossorio y Gallardo envió una carta a Berenguer solicitando el perdón de los cabecillas del levantamiento de Jaca, instándole a la serenidad y al perdón (“para volver a su nuevo cauce no es sangre lo que demanda España, sino justicia y libertad” le decía). El Gobierno Berenguer pensó que más que “piedad” para con los alzados, lo conveniente era transmitir “espíritu de fortaleza” al país. El fracaso de la rebelión se convirtió en una victoria de la naciente República y Galán y Hernández pasaron a ser sus primeros mártires. El Gobierno Berenguer pensó que más que piedad, era fortaleza lo que debía transmitir alpaís.
El Gobierno de Berenguer conocía todos los actos previstos para aquel 15 de diciembre y ordenó la detención de los miembros del Gabinete republicano, aunque algunos (Azaña, Prieto, Barrio, Domingo…) lograron escapar el día anterior. Por otra parte, los aviadores de la Base de Cuatro Vientos consumaron lo que tenían previsto y proclamaron la República. Aunque sobrevolaron Madrid, no llegaron a arrojar las bombas destinadas al Palacio de Oriente.
El día 15 de diciembre se celebraron huelgas en muchas ciudades del Norte de España y en la zona fabril de Barcelona, pero el Gobierno logró sofocarlas. Ni la República llegó en ese momento ni la Monarquía se tambaleó tanto como algunos deseaban. Contra la acción republicana llegó la reacción de la Dictablanda con duros Decretos: se ilegalizó la CNT, se impuso la censura previa a la Prensa, se clausuró el Ateneo de Madrid…, Y se restauró más el orden que la confianza en las autoridades.
Todo esto era el contexto del artículo “El error Berenguer” que Ortega y Gasset publico el 15 de noviembre en “El Sol” en el que analizaba la situación política de España y pronosticaba su futuro con su demoledor final, “Delenda est Monarchia”. Más que una crónica periodística era una lección de Historia, en la que se desgranaban las claves y el clima de lo que sucedería cinco meses después el 14 de abril de 1931.
Ortega describía en ese texto la crisis que padecían y explicaba el llamado “error Berenguer” como una treta legal para ocultar la Dictadura de Primo de Rivera tratándolo como algo que nunca ocurrió, para llegar a una constatación fatídica pero real: la inexistencia del Estado español y la invitación a los españoles para reconstruirlo mediante la destrucción de la Monarquía, recordando las palabras de Catón el Viejo al Senado romano, “Carthago delenda est”. En aquel momento, el filósofo liberal consideraba fundamental el cambio de régimen mediante la sustitución de la Monarquía por una República, pero el entusiasmo se le acabó cuando percibió que lo instaurado era “un auténtico imperio del plebeyismo”, y, por lo tanto, la peor de las tiranías.
(Fuente: Volumen VIII de Historia de España, Reinado de Alfonso XIII. La Segunda República, Equipo, Club Internacional del Libro, Madrid)
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