El entonces Presidente del Gobierno de España, el general Berenguer, declaró a la Prensa el 20 de enero de 1931 que “el republicanismo no era pecado”, una obviedad que causó estragos en el bando monárquico y provocó un notable crecimiento en el republicano. El interés por los asuntos públicos ya se estaba generalizando entre las clases populares y esa afirmación fue el caldo de cultivo propicio para que la afiliación a partidos y sindicatos de izquierdas se desarrollara más de lo esperado.
Pocos días después, el 10 de febrero, José Ortega y Gasset junto con Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala publicaron en el diario El Sol de Madrid la base fundacional de la Agrupación al Servicio de la República mediante un Manifiesto dirigido al pueblo español. La A.S.R. no era un partido político, sino una asociación de intelectuales carentes hasta entonces de actividad política y dispuestos a influir en la opinión pública sobre la necesidad de sustituir la Monarquía de Alfonso XIII por una República democrática. A los cuatro día de conocerse el mensaje, tuvo lugar el primer acto público de la A.S.R. en el Teatro Juan Bravo de Segovia, bajo la presidencia del poeta Antonio Machado. Al día siguiente, 15 de febrero, dimitió el Presidente Berenguer.
Los miembros de la A.S.R. eran personalidades influyentes del mundo de la cultura y de la ciencia que se presentaron a las elecciones municipales de abril no como un partido político, sino como individualidades incorporadas a las candidaturas de partidos republicanos y socialistas. El prestigio personal de Ortega contribuyó a incrementar el de la República, pero también le restó credibilidad cuando se alejó de ella defraudado y decepcionado por no responder a lo que de ella se esperaba, como ya veremos en una entrada posterior.
En el documento de la Agrupación se confirma que sus autores no eran políticos profesionales y que su presencia en la esfera pública se debía a que otros dirigentes más experimentados en esa faceta no habían unido a los españoles en una tarea ilusionante y común. Al constatar que, por distintas razones, otros políticos no se habían propuesto democratizar la nación con respeto a la ley y fusionarla en un compromiso patriótico cohesionado con una justicia social para todos, decidieron tomar la iniciativa, conscientes de los riesgos asumidos. Se trataba, por lo tanto, de un necesario proyecto colectivo de progreso social.
En el texto se hacía patente un claro deseo de regeneración capaz de sacar del marasmo a aquella nación hundida moral y económicamente por culpa del régimen de la Restauración, presidido por una Monarquía que en vez de modernizar España y dotarla de una distribución justa de la riqueza y de las oportunidades, solo beneficiaba a una clase privilegiada. No era, desde luego, un gobierno para todos.
Se notaba también un sentido crítico de las penosas condiciones de vida del país, problema que pretendían solucionar con un talante de moderación que rechazara los extremismos surgidos tras la Primera Guerra Mundial, fascismo y comunismo. Aspiraban a crear una conciencia cívica que mediara en el comportamiento de los españoles.
En las mentes de aquellos tres hombres anidaba el deseo de convertir a España en una comunidad política madura, impulsora de un proyecto de vida que levantara al país y a sus habitantes. Querían una nación democrática e integrada por todos, y para ello se precisaba algo que en aquellos momentos no abundaba: modernización técnica, económica, social e intelectual. Sólo después de haber tomado conciencia de ser una nación con leyes que garantizaran los derechos de todos y contara con su colaboración y compromiso, vendría la oportuna y necesaria Constitución.
Para desarrollar su programa y sus ideas, lso dirigentes de la A.S.R. sabían que se debía prescindir del obstáculo que representaba la Monarquía de Alfonso XIII. Aún resonaba aquel “Delenda est Monarquia” de Ortega. Conocían, también, los autores del Manifiesto que la República significaba algo más que un régimen parlamentario y que era el único escenario posible. Y para conseguir todo lo propuesto necesitaban al verdadero actor de la obra, el pueblo español. Es por eso que le hicieron “un llamamiento a participar en la soberana empresa de resucitar la historia de España”.
Hna pasado muchos años y los tiempos han cambiado, pero la idea de la Agrupación al Servicio de la República para la España de entonces puede servir para la actual si el Estado se pone al servicio de la Nación.
En la próxima entrada se expondrá el “Manifiesto de la Agrupación al Servicio de la República”. A pesar de los años transcurridos, merece la pena recordarlo.
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