El día 6 de diciembre de 1931, don José Ortega y Gasset pronunció una histórica conferencia conocida posteriormente como “Rectificación de la República” en el Cinema de la Ópera de Madrid ante un numeroso público. Entre otros muchos, allí se encontraban, según la crónica del diario El Sol, “los Sres. Barcia (Augusto), García Morente, Pittaluga, Unamuno, Marañón, Salvatella, García Arellano, Pérez Durruti, conde de Moral de Calatrava, Maura (D. Miguel), Hernández Catá, Recaséns Sitches, Barnés, el subsecretario del ministerio de Estado, Sr. Agramonte; el embajador de México, Palacios (Don Leopoldo) , Montiel, Méndez Vigo, Ortega y Gasset (D. Eduardo), Zuloaga, general Burguete, Salaverría, el ministro de Fomento, Sr. Albornoz, doctor Cabrera, ministro de Checoslovaquia, ministro de Justicia, Sr. De los Ríos; el subsecretario de Comunicaciones, Sr Abad Conde; Pedregal, García Sanchiz, Doctor Goyanes, Piñerúa (D. Hermes), el director de Sanidad, doctor Pascua; "Azorín", marqués de Valdeiglesias, Antonio Espina, Luis de Hoyos, Marfil, García Gómez, Bauer (Alfredo e Ignacio), Jarnés Sapiña, Núñez Tomás, García Gómez, doctor Tello, Ruiz de Villa Salinas, Obregón, Quintiliano Saldaña, López Ballesteros, Rafael Marquina, Gascón y Marín y otros muchos que harían interminable esta relación de asistentes destacados al acto que tanta expectación había despertado en nuestros medios políticos e intelectuales.”
El texto de dicha conferencia (pronunciada el domingo día 6 de diciembre) fue publicado por el diario independiente “El Sol”, el martes día 8 del mismo mes, en sus páginas 4 y 5. Es el que a continuación se expone y al que se puede acceder mediante el siguiente enlace
http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0000462970&page=1&search=&lang=es
“UN LLAMAMIENTO PARA LA CREACIÓN DE UN PARTIDO DE AMPLITUD NACIONAL”
(Texto taquigráfico del discurso pronunciado el domingo por el ilustre filósofo)
“El rango que para los destinos de España tienen estos primeros meses de la República”
Señoras, señores:
En estos días, con la aprobación del texto constitucional y la elección de Presidente, queda establecida jurídicamente la República española. Tenemos ya un cauce legal por donde pueda fluir fecundamente nuestra vida colectiva; tenemos ya bajo nuestras plantas un suelo de Derecho donde hincar los talones e iniciar la marcha histórica. Termina, pues, en estos días el primer acto de la implantación de la forma republicana en nuestra vieja, en nuestra viejísima España. No es el momento excelente. (Se promueve un incidente porque se quejan de lo deficientemente que se oye.)
Perdonen ustedes, pero no estoy acostumbrado a hablar con altavoz, y acontece que mientras voy pronunciando las palabras las escucho yo mismo, y esto es demasiado: hablar y encima escucharse. (Risas.)
Decía, pues, si no es el momento excelente para que hagamos un alto y recogiendo bien las riendas de la atención, miremos en rededor, percibamos claramente la situación interna de nuestro país; analicemos el próximo sábado, y sobre todo, proyectemos en grande la arquitectura de nuestro porvenir. No todo esto, porque sería demasiada tarea; pero sí algo de eso, un comienzo de esto, quisiera yo hacer ante vosotros.
Van transcurridos siete meses de vida republicana, y es hora ya de hacer un primer balance y algunas cosas más que un balance. Durante esos siete meses la República ha estado entregada a unos cuantos grupos de personas, que han hecho de ella lo que les recomendaba su espontánea inspiración. Tenían derecho a ello porque fueron la avanzada del movimiento republicano en la hora de máximo peligro. Era justo que los demás quedásemos, por de pronto, a la vera, procurando no estorbar; más aún, formando un círculo defensivo, dentro del cual esos hombres, sobre los cuales el destino había hecho caer la tremenda carga de enseñar a una República recién nacida sus primeros pasos, pudiesen actuar en plena holgura, con plena calma. Lo único que además podía exigírsenos era que si desde el principio juzgábamos algo erróneo esos primeros meses, cuidásemos de expresar nuestra discrepancia en forma mesurada y cordial. Por mi parte, creo haber cumplido con todo rigor este complejo deber, porque durante estos meses he evitado estorbar, porque he defendido desde mi puesto excéntrico a los que gobernaban y, en fin, porque a los quince días de sobrevenida la República comencé yo a hacer señas (que éstas venían a ser mis tenues palabras en artículos periodísticos y en discursos parlamentarios), comencé a hacer señas a los de arriba para insinuarles que en mi humildísima opinión tomaban vía muerta. (Muy bien.)
Era, señores, de superior urgencia que lo antes posible existiese una ley, una figura de Estado, más o menos imperfecta, que permitiese iniciar la vida política normal, y a esta urgencia convenía supeditar todo lo demás. Pero esa ley, la Constitución, existe ya; hay ya un Estado, y ahora nuestro deber cambia de signo y nos impele precisamente a lo contrario que hasta aquí. Ahora es preciso que cada cual diga claramente lo que piensa sobre la situación histórica de nuestro país; que declare su opinión sobre el modo como ha sido planteada la vida republicana. Ya no es necesario, y, por lo mismo, no es lícito que sigan más o menos confundidas las actitudes políticas. Es preciso que se deslinden los juicios y los programas, porque es preciso también que se deslinden las responsabilidades. (Muy bien.)
Cuando la historia de un pueblo marcha ya sobre carriles añejos, sólidamente instalados, puede impunemente el individuo o el grupo concederse un margen de distracción, y aun de frivolidad en la conducta, pensando que sus actos públicos no tendrán consecuencias ni muy importantes ni muy graves; pero en una hora como ésta, en que nace para España un nuevo destino, cuando lo estatuido es algo tan tierno, tan débil, que no podemos apoyarnos en ello, sino que, al revés, el Estado tiene que ser sostenido y alimentado por nuestros propios actos, es preciso que cada uno de éstos, los míos como los vuestros, vayan inspirados por un sentido casi patético de responsabilidad. Notad que nuestra vida ahora no consiste en repetir una vez más lo que veníamos haciendo ayer o anteayer, que no vamos cómodamente embarcados en usos antiguos, sino que, por el contrario, queramos o no, estamos iniciando nuevas formas y modos de vida pública, nuevas normas y propósitos y hasta vocabulario de convivencia; en suma; señores, que estamos creando historia con cada una de las palabras, gestos y movimientos que hacemos. Es preciso que el pueblo español se dé plena cuenta de esto; que se percate del rango que para los destinos de España tienen estos meses, semanas y días, porque sólo así podrán esas palabras, esos gestos y esos movimientos nacer como rezumando sobre aquel fondo de dignidad, de elevación moral, que requiere una tarea tan enorme como ésta en que estamos sumergidos. Por eso el crimen mayor que hoy se puede cometer en España es empequeñecer el momento. (Muy bien. Varios espectadores: No se oye.) Yo ruego que me digan las personas que ocupan las localidades más remotas de mí sí me oyen, porque de otra manera, con los escasos medios de mi voz, yo intentaría tomar cada palabra en la honda y lanzarla a las alturas. (Risas.)
Son, pues, instantes de rango sublime, o ¿es que creéis que podemos entrar en tan soberana faena como es organizar una nación, edificar un fuerte Estado, si seguimos los españoles como hasta aquí, con un temple de ánimo chabacano, flojas las mentes y el albedrío sin una formidable tensión de disciplina?
(Continuará en las próximas entradas del blog....)